Un tren que pueda llevarme.
Si hay una figura que sobresale por encima de las demás para los amantes de
la animación japonesa es la de Hayao Miyazaki: un hombre que con sus historias
nos trae esperanzas y sueños, viajes y deseos, risas y llantos por igual, un
hombre que nos ha mostrado mundos lejanos, que nos ha llevado a desiertos, a
bosques, a volar hasta lo más alto del cielo y a sumergirnos en lo más profundo
del océano. Y si hay una obra maestra entre sus obras maestras, sin duda se trata de ésta.
Sen to
Chihiro no Kamikakushi, como se llama la película en su idioma original (literalmente "El
rapto divino de Sen y Chihiro"), nos cuenta la historia de una muchacha un
tanto repelente, Chihiro Ogino, que al inicio de la película se encuentra en el
coche de sus padres, de camino a su nuevo hogar. Mientras ella se asegura de
dejar patente su frustración por haber tenido que dejar atrás el mundo que
conocía, su padre se pierde y los acaba llevando por error ante un curioso
edificio rojo. En vista de la situación, la familia -Chihiro incluida, aunque a
regañadientes-, se dispone a investigar los alrededores, y tras atravesar el
edificio acabarán llegando a una especie pueblo fantasma coronado por las
enormes instalaciones de una Casa de Baños. Chihiro, que en un principio tiene
toda la intención de irse de allí lo antes posible, se ve de pronto envuelta en
una situación de lo más surrealista: ha ido a parar al mundo de los Dioses,
donde ocho millones de Divinidades van y vienen cada noche en alegre algarabía.
Pero sus padres han sido convertidos en cerdos como castigo por comerse la
comida que había sido servida para las Deidades, y Chihiro no tendrá más
remedio que trabajar en la Casa de Baños mientras espera la oportunidad que le
permita volver a su mundo junto a su familia.
Qué mal rollo.
Si bien en principio podría parecernos un argumento un poco simple, no hay
que olvidar que estamos ante la que hasta la fecha es la única película de
animación japonesa que ha ganado un Óscar. De la mano de Miyazaki, Chihiro nos
muestra un mundo francamente hermoso, poblado de toda suerte de delicatessen visuales -las azaleas de mil colores que
pueblan los jardines de la Casa de Baños, sus coloridos interiores, los
recargadísimos aposentos de Yubaba o los juegos de luces y sombras de color del
viaje en tren son solo algunos ejemplos-, que al mismo tiempo esconde una
riqueza cultural inusitada: el mundo de Miyazaki nos acerca con gran maestría a
una versión natural y desenfadada del shintoísmo, una de las culturas
naturalistas por excelencia, donde los Dioses son tan numerosos como las
estrellas en el cielo. Están ahí, a nuestro alrededor, por todas partes,
algunos vigilándonos, otros acechándonos, otros protegiéndonos, otros
gastándonos bromas de un humor bastante peculiar. Y cuando se toman un descanso
de estas actividades, acuden a la Casa de Baños donde siempre serán bien
recibidos... aunque unos son mejor recibidos que otros, ¿verdad, Dios del
Río?
Mención especial -MUY especial- merece la banda sonora compuesta por Joe
Hisaishi, otro de los habituales de Studio Ghibli, e interpretada por la New
Japan Philharmonic. Estamos ante obras de arte en sí mismas, pero cuando las
vemos en la película, las sensaciones son indescriptibles. Hablo por supuesto
de la mágica "Un día de verano", la melancólica "Sexta estación"
-la cual es indudablemente mi favorita, de hecho la estoy escuchando mientras
escribo la reseña <3- o la tormentosa "Niño dragón", piezas todas
ellas que contribuyen a crear el ambiente perfecto para esta película, y a las
cuales debe parte de su éxito.
Basado en hechos reales. Más o menos.
Merece la pena que nos detengamos un instante sobre la burocracia de Yubaba. La Casa de Baños no deja de ser un negocio, y
Yubaba, a fin de cuentas, una empresaria. Sobre la bruja pesa un cierto
juramento debido al cual está obligada a dar trabajo a todo aquel que se lo
pida, y esto es motivo de frustración para ella porque no puede convertir en
animales a las personas que trabajan, como desearía hacer con Chihiro. Sin
embargo esto, que en un principio parece una ventaja para los foráneos, es
también un arma de doble filo: Yubaba nos presenta, en el contrato que
establece con Chihiro y los demás trabajadores de la Casa de Baños, una forma
de alienación metafórica que quizá no sea tan metafórica. La bruja lleva a cabo
un ritual un tanto peculiar: a cambio de dar trabajo a quien se lo pida, se
quedará con parte de su nombre.
Esto, que en un principio no parece gran cosa, resulta tener muchas
implicaciones si pensamos en ello con detenimiento. Yubaba despoja a los contratados
de su nombre, de la palabra que los define, y a varios niveles, de su
identidad. Cuando Chihiro comienza a ser llamada Sen por todo el mundo
-recordemos que Yubaba retira todos los kanji de su nombre excepto 千, que
al estar sólo cambia de lectura, de "chi" a "sen"-, ella
misma llega a hacerse a la idea de que es Sen, de que ese es el sonido que la
ilustra, de que ese es el titular de su identidad.
Yubaba, más conocida como la bruja estreñida.
Esto es muy peligroso, puesto que incluso nosotros como espectadores,
podríamos llegar a pensar en Chihiro como Sen. Podríamos llegar a olvidarnos de
Chihiro, la niña mimada y chillona que llegó a este mundo con sus padres y fue
ante Yubaba a pedir trabajo, aterrorizada ante la idea de convertirse en un
cerdo. Podríamos caer en la trapa y pensar que la protagonista de esta historia
es Sen, una jovencita que trabaja en la Casa de Baños al servicio de la
avariciosa bruja.
Porque al final, lo único que implica el nombre de Sen, la única identidad
que le confiere a la muchacha, es esa: "te llamarás Sen y trabajarás
aquí". Sen no es una niña, con una familia, unos amigos y una vida en
general, Sen es una trabajadora en la Casa de Baños y nada más. Sen es una forma
alienada de Chihiro, aquella niña que se encontró de pronto con un mundo que le
venía grande. Chihiro... qué lejano se nos hace ese nombre. Casi se nos había
olvidado, hasta que por suerte Haku nos advierte de que estábamos cayendo en la
trampa: si olvidas tu verdadero nombre, pierdes tu identidad, solo queda el
trabajo, Yubaba te lo ha robado todo. Y Haku sabe esto por experiencia.
Lo que se dice un cliente difícil.
Sin embargo, la oportunidad para Chihiro, que ha escapado por los pelos a
convertirse en Sen, llega inesperadamente de manos de uno de los visitantes de
la Casa de Baños. El anciano Dios del Río, agradecido por los servicios de la
joven, le hace un regalo que podría marcar la diferencia: el pastel de algas,
un alimento de sabor horrible que sin embargo posee curiosas propiedades
curativas. El obsequio ha sido entregado, pero ahora es la niña quien debe
decidir cómo usarlo. Y sorprendentemente, no lo usa en ella o en sus padres.
Ella le da a Haku un pedazo del pastel, el cual alivia la maldición que lo
atormenta. Sin embargo, quizá quien más lo necesitaba desde un principio era el
que sin duda es uno de los personajes más enigmáticos y misteriosos de la
historia: Sin Cara. El espíritu solo trataba, en un principio, de corresponder
la amabilidad de Sen. Sin embargo, la avaricia de los habitantes de la Casa de
Baños lo corrompió con inusitada facilidad. Aunque hay muchas interpretaciones
al significado oculto detrás de la presencia del Sin Cara en la película,
personalmente me inclino por la opción del espíritu inocente, quizá de un bebé,
o incluso de un nonato. Sin Cara es extraordinariamente puro, no alberga malas
intenciones. Sin embargo, es precisamente por eso que las emociones negativas
calan en él con suma facilidad. Como Chihiro misma advierte, Sin Cara "sólo
es malo dentro de la Casa de Baños", esto es, donde la codicia y los celos de los empleados pueden alcanzarlo y manchar su pureza.
Qué bonito.
Pero, ¿por qué Sin Cara parece estar tan obsesionado con la niña? ¿Qué es lo que ha visto en ella? Quizá la pregunta sea qué ha visto ella en él. Los demás visitantes y trabajadores de la Casa de Baños no entienden al Sin Cara, les resulta incomprensible. Para ellos pasa confusamente de ser un espléndido proveedor de oro capaz de satisfacer su codicia a ser una bestia contagiada de esa misma codicia. Han corrompido tanto su ser, que ahora está oculto bajo capas y capas de avaricia y necesidad de atención. No lo ven.
Sin embargo, la muchacha es diferente. Ella no cede ante la avaricia, no acepta el oro, no le otorga la atención que él le pide. Pero sin embargo, tampoco lo rechaza. Lo trata en cierto modo como a un niño egoísta -recordemos que Sin Cara era, en principio, un espíritu puro-, ignorando sus pataletas, sin ceder a sus deseos, pero sin enfurecerse tampoco por ellos. La concepción que la muchacha tiene del Sin Cara es quizá la más similar posible a lo que realmente es. Y es por eso que ella le da el pastel de algas a pesar de que él dice que quiere comérsela -y recordemos que se lo da sabiendo que es algo que cura-, porque ella sabe que en el centro de esa figura gelatinosa y pesada yace una sombra débil, pura, casi transparente. El regalo del Dios del Río ha cumplido con su objetivo: ayudar a la niña a curar, a hacer algo por otra persona. Y al mismo tiempo, este acto de desprendimiento, de generosidad, diluye todas las capas de avaricia que ha tragado Sin Cara, y que ahora son expulsadas de él en forma de vómito, mientras poco a poco vuelve a ser el fantasma curioso que era en un principio. Y para cuando sale de la Casa de Baños, todo lo que queda en él es el recuerdo de la amabilidad que Chihiro le ha mostrado.
Este asiento me hace gordo.
Nos encontramos entonces a bordo del tren hacia Fondo del Pantano, la sexta parada. Y en una de las escenas más mágicamente hermosas de la película, compartimos brevísimos retazos de las vidas de otros viajeros: en cada parada sobrevienen despedidas, encuentros, esperas nerviosas. Son viajeros traslúcidos, porque no nos interesan: nuestros ojos se detienen sobre ellos durante apenas unos segundos para después ir más allá, recorrer el vagón y volver finalmente a nuestro cuarteto viajero. Aunque hay una excepción: la niña que observa el tren desde una de las estaciones, cuya imagen podemos ver al principio de la reseña, es maravillosamente opaca. Es un ser sobre el cual nuestros ojos se detienen, alguien de quien nos gustaría saber más, por qué está ahí, a quién espera, si busca un tren o a alguien que descienda de él. Pero el rostro de la niña permanece como una sombra, una sombra opaca pero sombra, al fin y al cabo, y a medida que la estación desaparece en la lejanía, desaparecen también nuestras esperanzas de encontrar alguna respuesta a nuestras preguntas.
Y entonces, con la llegada de la noche nos encontramos en Fondo del Pantano, la morada de Zeniba. Conociendo a Yubaba, la idea de una hermana gemela igual que ella nos aterra, más aún teniendo en cuenta las malas pulgas que se gastaba durante su aparición en la Casa de Baños, pero sin embargo descubrimos en Zeniba a alguien más agradable y cálido de lo que esperaríamos. Durante la estancia de la muchacha en la casa de Zeniba, descubrimos que la bruja derrocha sabiduría, mucho más que la que podría contener la inflada cabeza de Yubaba. "Todos los dragones son buenos. Buenos y tontos", nos había dicho en su primera aparición. Ahora completa esto con una afirmación sobre el mundo "Nada de lo que sucede se olvida jamás. Aunque tú no puedas recordarlo". Si bien son dos citas que a priori no tienen nada que ver una con la otra, gracias a ellas podemos intuir ciertos detalles de la relación entre Chihiro y Haku. Si habéis visto la película, ya sabéis a qué me refiero.
Érase una nariz superlativa.
Finalmente, y ya para terminar, otro detalle interesante es que, antes de marcharse, la muchacha le revela a Zeniba su verdadero nombre: Chihiro. Este hecho, aunque parece no tener demasiada importancia, completa finalmente el gran Viaje de Chihiro: aquella niña chillona y repelente llamada Chihiro que conocimos al principio de la película, se vio de pronto inmersa en un mundo más adulto, se perdió a sí misma en una época de cambio, de confusión, de miedo. Tras convertirse en Sen, vimos a una joven alienada por este mundo tan abrumador que, sin saber qué hacer o como comportarse, acaba dedicándose al trabajo de forma casi mecánica, como un precario refugio estable en un mundo dinámico y cambiante. Sin embargo, poco a poco, gracias a la ayuda de diversos personajes -principalmente Kamaji, que actuaría en este caso como figura paterna, y Lin, que sería su hermana mayor-, va descubriendo que el mundo no se reduce a eso, que hay lugares por visitar, personas a las que conocer, experiencias por descubrir. La niña va aceptando poco a poco cada una de esas realidades, hasta que finalmente, en casa de Zeniba, se da cuenta de que posee ya una identidad sólida, una personalidad firme, y gracias a eso, ahora puede decir con orgullo que se llama Chihiro. Y Chihiro no es la Chihiro infantil del comienzo de la historia, tampoco es Sen, la trabajadora de la Casa de Baños, sino que es una persona que ha emprendido un viaje, construyendo convicciones, consolidando fortalezas. Así, a lo largo de la película, Chihiro ha atravesado lo que en términos cotidianos llamaríamos su adolescencia.
Alguien debería replantearse su dieta
Resumen de la Review
Lo mejor: Ghibli, Hayao Miyazaki y Joe Hisaishi. Una historia hermosa en un mundo que rebosa riqueza por los cuatro costados y con una banda sonora que es una obra maestra. No se puede pedir más.
Lo peor: que nunca sabremos los significados ocultos detrás muchos de los personajes de la película. Los destinos de algunos personajes quedan muy en el aire. Miyazaki se ha retirado D: QUE NO HAYA UNA VERSIÓN DE SIXTH STATION QUE DURE DIEZ HORAS.
Puntuación: 9.5/10
Entré al artículo con un aire petulantemente crítico, dispuesto a alabarlo pero también a poner los puntos sobre las íes. Sin embargo, he de decir que me parece una reseña excelente.
ResponderEliminarSiempre he pensado que 'El Viaje de Chihiro' no es una película con mensaje, sino una de esas películas con interpretaciones, y francamente, la tuya me ha gustado mucho: la inmadurez y la pureza de Sin Cara, el misticismo de la Sexta Estación, y sobre todo, la concepción del nombre como identidad, una identidad que tanto Haku como Chihiro pierden y que les lleva al replanteamiento de su propia individualidad. Aunque a veces parece que te excedes un poco echando flores, me gusta asimismo tu perspectiva más que artística del largometraje, tu capacidad para apreciar la belleza en los momentos insignia y en los pequeños detalles.
Pese a que en lo personal no me suelen gustar las películas que exploran más lo implícito que lo incuestionable, o que muestran una concatenación de acontecimientos con un sentido equívoco o simplemente ambiguo (como creo que es el caso), resulta difícil no vislumbrar la magia y la belleza que moran en la historia de Chihiro. Una historia que, a estas alturas, probablemente podamos elevar a la categoría de clásico de animación contemporáneo.
¡Gran reseña! :'3